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John Langshaw Austin
El texto de Austin recoge 12 conferencias dadas en la Universidad de Harvard, que constituyen la base para este libro que no fue redactado por el autor. El texto es fruto, entonces, de notas del autor, de grabaciones magnetofónicas y de apuntes de colegas y estudiantes.
Las dos primeras conferencias tratan la distinción entre los enunciados a los que Austin denomina constatativos (constatives), y los realizativos (performatives).
En sus dos primeras conferencias, Austin examina aquellos actos a los cuales llama infortunios, es decir expresiones desafortunadas.
En el capítulo III Austin expone en qué consisten los casos de “infortunio”, en relación con los procedimientos adecuados y las circunstancias apropiadas. Y revisa como ejemplos casos en los que faltó un procedimiento o éste no fue aceptado. El ejemplo que da es la expresión “Me divorcio de ti” dicha por un católico, puesto que en su religión el divorcio no existe, sino solo la anulación. Una expresión en “circunstancias inapropiadas” sería: “te ordeno que hagas tal cosa” en circunstancias en que quien emite la orden no tiene autoridad para hacerlo. Un ejemplo un acto de habla expresado con un procedimiento llevado a cabo “defectuosamente o en forma incompleta” (Austin, 1955: 23)3 sería el intento de bautizar a un perro, o la frase “estaré allí” sin especificar nada más.
En cuanto a las circunstancias, un ejemplo es la frase “te designo para tal cargo”, cuando el cargo no está disponible, ya fue nombrada la persona en mientes o quien designa no tiene facultad para ello. Otro ejemplo es el de entregar un obsequio y considerar que fue suficiente el enviarlo para considerarlo por recibido, o si era necesaria la aceptación explícita. La pregunta que al respecto se formula Austin es si los “los actos pueden ser unilaterales” (Ibíd.: 25). Finalmente, da ejemplos de cómo los “tipos de Infortunio pueden superponerse, y por lo general, ellos se superponen con los Malos Entendidos —un tipo de infortunio al que probablemente están expuestas todas las expresiones— y con los Errores” (Ibíd.)
En la cuarta conferencia Austin estudia la relación “entre la expresión realizativa y enunciados de tipo diverso que ciertamente son verdaderos o falsos”. Esta relación se vuelve compleja pues en los participantes están presentes sentimientos, pensamientos, intenciones, que constituyen elementos para volver imprecisas sus expresiones, lo cual torna difícil el distinguirlas,
Ejemplos de esos casos son las frases:
“ «Te felicito», dicho cuando no me siento en absoluto complacido y, quizá,
me siento fastidiado.”
“«Lo declaro inocente» o «lo absuelvo» dicho cuando creo que la persona en
cuestión es culpable.”
“«Te prometo», dicho cuando no me propongo hacer lo que prometo.” (Ibíd.: 27 y 28)
Su análisis le lleva a preguntarse si para “explicar qué es lo que puede andar mal con los enunciados” es suficiente con mirar la “proposición en juego (sea
lo que esto fuere)” (Ibíd.: 35) o si conviene, más bien, “considerar la situación total en que la expresión es emitida —el acto lingüístico total— para poder ver el paralelo que hay entre los enunciados y las expresiones realizativas, y cómo unos y otros pueden andar mal”. Y es a partir de este razonamiento que introduce su duda sobre si “en verdad, no hay una gran diferencia entre los enunciados y las expresiones realizativas” (Ibíd.: 35), o, como lo dice más adelante, si “al menos de alguna manera, existe el peligro de que se borre la distinción entre expresiones realizativas y expresiones constatativas, que ensayamos al comienzo.“ (Ibíd.: 37).
En las siguientes conferencias Austin analiza este problema y se pregunta si “¿hay alguna forma precisa de distinguir la expresión realizativa de la expresión constatativa?”. Para emprender en este ejercicio se interroga si pudieran ayudarle la existencia de criterios gramaticales, como el uso de ciertas formas verbales, o criterios de vocabulario, como el uso de “ciertas palabras o giros” que podrían servir como una prueba para determinar si estamos frente a un realizativo o no.
Concluye que no hay criterios absolutos a este respecto, y que tampoco sería posible enumerarlos todos. Además, afirma que “es muy común que la misma oración sea empleada en diferentes ocasiones de ambas maneras, esto es, de manera realizativa y constatativa.” (Ibíd.: 45). Sin embargo, sugiere que una posibilidad –aunque imperfecta- sería la de distinguir los realizativos que son explícitos de los realizativos primarios. Los primeros serían “el resultado de la evolución natural” de los segundos “a medida que el lenguaje y la sociedad se han desarrollado” (Ibíd.: 55).
Austin entiende por realizativos explícitos expresiones como: pido disculpas, critico o censuro. También advierte que una expresión realizativa puede ir acompañada por otros recursos lingüisticos primitivos como el modo verbal (de orden, exhortación, permiso):
“Ciérrela, hágalo”, se asemeja al realizativo “le ordeno cerrarla”.
“Ciérrela, yo lo haría”, se asemeja al realizativo “le aconsejo cerrarla”.
“Ciérrela, si quiere”, se asemeja al realizativo “le permito que la cierre”.
“Muy bien, entonces ciérrela”, se asemeja al realizativo “consiento que la cierre”. O podemos usar verbos complementarios:
“Puede cerrarla”, se asemeja al realizativo “le doy permiso para que la
cierre” o “consiento que la cierre”.
“Tiene que cerrarla” se asemeja al realizativo “le ordeno, le aconsejo, que la cierre”.
“Debería cerrarla”, se asemeja a “le aconsejo que la cierre”. (Ibíd.: 49).
el tono de voz (amenazante, pregunta, exclamación):
¡Se dispone a atacarnos! (advertencia)
¿Se dispone a atacarnos? (pregunta)
¿¡Se dispone a atacarnos!? (protesta) (Ibíd.)
Y expresiones como adverbios y frases adverbiales (estaré allí, probablemente; sin falta) y partículas conectivos (con todo, por tanto, además). También, elementos que acompañan a la expresión como gestos, movimientos corporales (guiños, cruzar los brazos, fruncirse). Y las circunstancias de la expresión: “viniendo de el, lo tome como una orden, no como un pedido” (Ibíd.: 51).
Con sus reflexiones, es mi apreciación, Austin expresa nuevamente cuán equívoco es el lenguaje y cuánta dificultad hay en su uso.
Actos locucionarios, ilocucionarios y perlocucionarios
En la conferencia VIII Austin se propone facilitar la distinción entre las expresiones realizativas y las constatativas. Arranca con la afirmación que “decir algo es hacer algo, o que al decir algo hacemos algo e, incluso que porque decimos algo hacemos algo”. Ejemplos de ello son el emitir ruidos, nombrar ciertas palabras en una determinada construcción y con determinado significado.
Entonces, el acto de “decir algo” con cierto sentido y referencia es, para Austin, un acto locucionario.
A su vez, en los actos locucionarios distingue entre los actos fonéticos (emitir ciertos ruidos); fáticos (emisión de ciertos términos o palabras, es decir ruidos de ciertos tipos, pertenecientes a vocabularios); y los réticos (usar esos términos con ciertos sentidos). Los fáticos son también actos fonéticos e imitables (“Juan dijo «el gato está sobre la alfombra»”). Los réticos son lo que Austin llama (discurso indirecto): (“Juan dijo que el gato estaba sobre la alfombra”). Se puede usar en lugar de dijo que, indicó, aconsejó, dio las gracias, etc. Los actos réticos suelen hacer referencia a algo o alguien (discurso indirecto). En los actos réticos el “sentido y la referencia (nombrar y referirse), son en sí actos accesorios realizados al realizar el acto rético” (Ibíd.: 64)
Los actos ilocucionarios los define Austin como “llevar a cabo un acto al decir algo, como cosa diferente de realizar el acto de decir algo” (Ibíd.: 65). Más adelante los caracteriza como aquellos actos con “cierta fuerza convencional”.
Los actos perlocucionarios los conceptúa como el “decir algo [que] producirá ciertas consecuencias o efectos sobre los sentimientos, pensamientos o acciones del auditorio, o de quien emite la expresión, o de otras personas. Y es posible que al decir algo lo hagamos con el propósito, intención o designio de producir tales efectos” (Ibíd.: 66). Son actos en los que usamos verbos como persuadir, sorprender, convencer, etc.
Ejemplo:
Acto locucionario: Me dijo: “No puedes hacer eso”.
Acto ilocucionario: Él protestó porque me proponía hacer eso.
Acto perlocucionario: Él me contuvo; Él me refrenó; Él me volvió a la realidad: Él me fastidió.
En el mismo capítulo Austin plantea la distinción entre sentido y referencia dentro del significado (Ibíd.: 66). Lo hace por considerar que las “expresiones “significado” y “uso de una oración” pueden hacer borrosa la diferencia entre los actos locucionarios e ilocucionarios” así como “hablar del “uso” del lenguaje puede, de igual modo, hacer borrosa la distinción entre el acto ilocucionario y el perlocucionario.” Porque hay usos “convencionales” y de otra clase.
Para diferenciarlos señala que el “uso del lenguaje” para prometer o advertir parecen ser lo mismo que el uso del lenguaje para persuadir, excitar o alarmar. Pero no lo es pues en el primer caso su uso es “convencional” y puede ser explicado como un realizativo. Se puede decir: “te prometo que” o “te advierto que”; pero no se puede decir “te persuado que” o “te alarmo que”.
Además de ese uso hay otros como para bromear, para la poesía o usos que Austinl llama parásitarios.
En el capítulo IX Austin avanza en la clarificación de la distinción de los tres actos de habla. Resume el debate que ha planteado de la siguiente forma:
“En primer lugar distinguimos un grupo de cosas que hacemos al decir algo.
Las agrupamos expresando que realizamos un acto locucionario, acto que en forma aproximada equivale a expresar cierta oración con un cierto sentido y referencia, lo que a su vez es aproximadamente equivalente al “significado” en el sentido tradicional. En segundo lugar, dijimos que también realizamos actos ilocucionarios, tales como informar, ordenar, advertir, comprometernos, etc., esto es, actos que tienen una cierta fuerza (convencional). En tercer lugar, también realizamos actos perlocucionarios; los que producimos o logramos porque decimos algo, tales como convencer, persuadir, disuadir, e incluso, digamos, sorprender o confundir. Aquí tenemos tres sentidos o dimensiones diferentes, si no más, de la expresión el “uso de una oración” o “el uso del lenguaje” (y, por cierto, también hay otras). Estas tres clases de “acciones” están sujetas, por supuesto simplemente en cuanto tales, a las usuales dificultades y reservas que consisten en distinguir entre el intento y el acto consumado, entre el acto intencional y el acto no intencional, y cosas semejantes.” (Ibíd.: 71)
En su intención de diferenciar los actos locucionarios de los perlocucionarios Austin propone distinguir las “consecuencias” y los efectos. Porque, dice, es posible que alguien me disuada porque me entrega una información y sin ninguna intención. Y lo asemeja al hecho inverso: “la realización de una acción cualquiera (incluso la expresión de un realizativo) tiene por lo común como consecuencia hacernos, y hacer a otros, conscientes de los hechos” (Ibíd.; 72, nota al pie).
Desde esta perspectiva, el acto perlocucionario “produce consecuencias”, en tanto que el ilocucionario no es una “consecuencia” del acto locucionario, sin embargo, “el acto ilocucionario no se habrá realizado en forma feliz o satisfactoria” a menos que se obtenga cierto efecto, lo cual no quiere decir “que el acto ilocucionario consiste en lograr cierto efecto” (Ibíd.: 75). Por efecto, Austin entiende el “provocar la comprensión del significado y de la fuerza de la locución. Así, realizar un acto ilocucionario supone asegurar la aprehensión del mismo.“
Adicionalmente, recomienda distinguir las acciones que “poseen un objeto perlocucionario (convencer, persuadir) de aquellas que sólo producen una secuela perlocucionaria. Podemos decir, entonces, “traté de prevenirlo pero sólo conseguí alarmarlo” (Ibíd.: 76). Es necesario señalar que Austin sostiene que “es característico de los actos perlocucionarios que la respuesta o la secuela que se obtienen pueden ser logradas adicionalmente, o en forma completa, por medios no locucionarios. Así, se puede intimidar a alguien agitando un palo o apuntándole con un arma de fuego. Incluso en los casos de convencer, persuadir, hacerse obedecer, y hacerse creer, la respuesta puede ser obtenida de manera no verbal.” (Ibíd.: 77).
Además, “hablando en forma estricta, no puede haber un acto ilocucionario a menos que los medios empleados sean convencionales, y por ello los medios para alcanzar los fines de un acto de ese tipo en forma no verbal tienen que ser convencionales. Pero es difícil decir dónde comienza y dónde termina la convención” (Ibíd.: 77).
Aquella duda sobre si cabe distinguir ente los constatativos y los realizativos, que la planteó en el capítulo IV la examina con mayor amplitud en la conferencia XI. Se interroga si a la luz de la discusión esta distinción es realmente fundada. Porque “cada vez que «digo» algo (salvo, quizá, cuando emito una mera exclamación tal como «pfff» o ¡caramba!) realizo conjuntamente actos locucionarios e ilocucionarios. Estos dos tipos de actos parecen ser, precisamente, los medios que intentamos usar para trazar una distinción, bajo la denominación de «hacer» y «decir», entre los realizativos y los constatativos.” (Ibíd.: 86)
Precisa, entonces, que “cuando enunciamos algo 1) estamos haciendo algo y, a la vez, diciendo algo, sin que ambas cosas se confundan, y 2) nuestra expresión puede ser afortunada o desafortunada (a la par que, si se quiere, verdadera o falsa).” (Ibíd.: 86).
Por ello, conforme al primer punto, “enunciar algo es realizar un acto ilocucionario”. Por supuesto no se refiere a realizar un acto físico, a no ser el movimiento corporal para producir la voz. Sin embargo, un enunciado como “está lloviendo” está enunciando un hecho y se halla en el mismo nivel que el de argüir, apostar o prevenir.
Otra expresión como “enuncio que X no lo hizo” es igual a la frase “X no lo hizo” y equivale o se halla en el mismo nivel que “arguyo, sugiero o apuesto que X no lo hizo”. Por ello, “no hay necesariamente un conflicto entre a) el hecho de que al emitir nuestra expresión hacemos algo, y b) el hecho de que nuestra expresión es verdadera o falsa.” (Ibíd.: 88)
Con respecto al segundo punto, Austin señala que los enunciados “están expuestos a todos los tipos de infortunio a que están expuestos los realizativos” tanto a los insinceros como a los de incumplimiento, a los que tornan un acto nulo o sin valor, a los actos viciados y a los inconclusos, que el autor tipifica en el cuadro de la segunda conferencia. De lo dicho concluye que lo que cabe no es estudiar solo la oración sino el acto de “emitir una expresión en una situación lingüística” lo cual evidencia que “se hace muy difícil dejar de ver que enunciar es realizar un acto. Además, si comparamos el enunciar con lo que hemos dicho acerca del acto ilocucionario, vemos que aquel (…) exige de manera esencial que “aseguremos su aprehensión” (Ibíd.: 90). Más adelante recomendará que tal análisis considere el contexto.
Así, cabe afirmar que “los enunciados «tienen efecto» tal como lo tiene, por ejemplo, el bautizar un buque.” Y que “aunque un enunciado no reclama quizá respuesta, de todos modos ello no es esencial para que haya un acto ilocucionario. Y por cierto que al enunciar estamos o podemos estar realizando actos perlocucionarios de todo tipo”. Por ello apenas se puede señalar que “no hay ningún objeto perlocucionario específicamente ligado al acto de enunciar” (Ibíd.: 90).
Respecto de los realizativos, Austin considera necesario preguntar “1) si al menos en muchos casos no cabe una apreciación igualmente objetiva de otras expresiones libres de infortunios, que parecen ser típicamente realizativas; y 2) si nuestra explicación de los enunciados no simplifica excesivamente las cosas.” (Ibíd.: 91).
Para explicar su inquietud pone el ejemplo de los actos de estimar, decidir o declarar. Se puede estimar acertada o erróneamente; decidir correcta o incorrectamente, y declarar oportuna o inoportunamente. Por ello, y en esta misma línea, “determinar si un elogio o una censura son merecidos es completamente distinto de determinar si son oportunos. Cabe hacer la misma distinción respecto de los consejos.” (Ibíd.: 91 y 92). Es dable entonces –se pregunta- asegurar que ¿”cuando afirmamos que alguien ha enunciado con verdad formulamos una apreciación de distinto tipo que cuando decimos que alguien ha argumentado con fundamento, que ha aconsejado bien, que ha juzgado en forma razonable o que ha censurado justificadamente?” (Ibíd.: 92). Su pregunta alude a que aquellas expresiones fácilmente pueden ser consideradas actos, realizativos.
Por lo expuesto Austin señala la importancia del contexto, para el análisis de los actos de habla. En este mismo sentido, Austin sostiene que “la verdad o falsedad de un enunciado no depende únicamente del significado de las palabras, sino también del tipo de actos que, al emitirlas, estamos realizando y de las circunstancias en que lo realizamos” (Ibíd.: 94). De allí se pregunta si cabe mantener la distinción entre las expresiones realizativas y las constatativas. Y su respuesta es que cuando emitimos una expresión constatativa, “nos concentramos en el aspecto locucionario” y “empleamos una noción demasiado simple de correspondencia con los hechos”. Y cuando expresamos una frase realizativa “nuestra atención se concentra al máximo en la fuerza ilocucionaria, con abstracción de la dimensión relativa a la correspondencia con los hechos.” (Ibíd.: 94).
Para aclarar su posición señala que quizás el problema radique en el hecho de que son abstracciones: “el acto locucionario, en igual medida que el ilocucionario, sólo es una abstracción: todo acto genuino es ambas cosas a la vez” (Ibíd.: 95), por ello recomienda apreciarlas en un desarrollo histórico.
Con esta base, su conclusión es que hay que “distinguir entre actos locucionarios e ilocucionarios, y b) establecer con criterio crítico y en forma especial, con respecto a cada tipo de acto ilocucionario —advertencias, estimaciones, veredictos, enunciados y descripciones— cuál fue la manera específica en que se los quiso realizar, para saber si están o no en regla, y si son “correctos” o “incorrectos”. Además hay que establecer qué palabras de aprobación o desaprobación se emplean para cada uno de ellos y qué es lo que ellas significan.” (Ibíd.: 95)
Finalmente, en la conferencia XII, la última, Austin concluye lo siguiente:
“A) El acto lingüístico total, en la situación lingüística total, constituye el único fenómeno real que, en última instancia, estamos tratando de elucidar.
B) Enunciar, describir, etc., sólo son dos nombres, entre muchos otros que designan actos ilocucionarios; ellos no ocupan una posición única.
C) En particular, ellos no ocupan una posición única en cuanto a estar relacionados con los hechos según una única manera con arreglo a la cual serían verdaderos o falsos. Porque, salvo por virtud de una abstracción, que es siempre posible y legítima para ciertos fines, «verdad» y «falsedad» no son nombres de relaciones, cualidades, o lo que sea, sino que apuntan a una dimensión de apreciación. Estos términos se usan para indicar en qué medida las palabras satisfacen los hechos, sucesos, situaciones, etc., a los que ellas se refieren.
D) Por ello mismo, el contraste familiar entre lo «normativo o valorativo» por un lado, y lo fáctico por otro, como tantas otras dicotomías, tiene que ser eliminado.
E) Estamos autorizados a sospechar que la teoría del «significado”, como equivalente a “sentido y referencia», ha de requerir por cierto algún desbroce y reformulación sobre la base de la distinción entre actos locucionarios e ilocucionarios (…) [a la cual solo la ha esbozado]. Reconozco que no he hecho bastante: he aceptado el viejo par de conceptos «sentido” y «referencia» bajo el influjo de las opiniones corrientes. Destaco, además, que he omitido toda consideración directa de la fuerza ilocucionaria de los enunciados.” (Ibíd.: 96 y 97)
Y acaba su texto con una lista no de los verbos realizativos explícitos que había prometido en lecciones anteriores, sino con “una lista de las fuerzas ilocucionarias de una expresión” que incluye la siguiente tipología de verbos, que el autor la explica brevemente.
“1) Verbos de judicación, o judicativos.
2) Verbos de ejercicio, o ejercitativos.
3) Verbos de compromiso, o compromisorios.
4) Verbos de comportamiento, o comportativos (¡perdón por el horroroso
neologismo!)
5) Verbos de exposición, o expositivos.” (Ibíd.: 98)
Clasificación de los verbos
Los judicativos son los que indican un juicio, un veredicto, una sentencia, aunque no sean definitivos o constituyan una apreciación y hasta una evaluación (considero o juzgo, entiendo que, lo veo como).
Los ejercitativos se refieren al “ejercicio de potestades, derechos o influencia” (designar, votar, ordenar, instar, aconsejar, prevenir, nombrar). Calificar, sin embargo, que es potestad de un profesor, ¿qué es; una evaluaciòn y por tanto un judicativo, o un ejercitativo, el ejercicio de una potestad?
Los compromisorios aluden a prometer o comprometer: “lo comprometen a uno a hacer algo”, al menos el anuncio de la intención (me empeño, doy mi palabra, me comprometo, estoy de acuerdo).
Los comportativos tienen que ver con las actitudes y con el comportamiento social (pedir disculpas, felicitar, elogiar, dar el pésame, maldecir y desafiar, saludar).
Los expositivos son “recursos que utiliza un expositor. Por ejemplo, “contesto”, “arguyo”, “concedo”, “ejemplifico”, “supongo”, “postulo”.
Los comportativos y los expositivos son para Austin de difícil clasificación, tanto por su heterogeneidad como por su número e importancia. Además, porque podrían ser considerandos de las otras dos clases, pese a que son diferentes de una manera que Austin no ha podido aclararse ni para si mismo, según su propia confesión. Por lo cual “bien podría decirse que todos los aspectos están presentes en todas las clases.”
Concluyo con esa frase que para mi sintetiza el texto de Austin, no tanto en el contenido estricto, sino en la organización del libro, como una exposición, muy crítica, en la cual el autor debate consigo mismo, se auto rebate con el afán de clarificar su posición y, a la final concluye con un cierto relativismo que para mi es importante rescatar, en tanto señala la ausencia de todo esencialismo en la interacción comunicativa. Recupera toda la equivocidad de los actos de habla y, por ello, tanto su riqueza como la dificultad de la interpretación y de la comunicación. Lo cual señala la necesidad de que la comprensión de los significados dependen, al menos, tanto de la situación, del contexto y de las circunstancias en que se producen los actos de habla.
Desde este enfoque, acaso, ¿el estudio de Austin se ubica en la misma línea de la bajtiniana, en el sentido del origen social y cultural del lenguaje?; ¿introduce, quizá, la figura del “emisor” como protagónica en la interacción comunicativa?; ¿al relievar la comprensión, establece un vínculo con la hermenéutica?
Referencias
Austin J. L. 1955, Como hacer cosas con palabras, Escuela de Filosofía Universidad ARCIS, en www.philosophia.cl
CONSUELO ALBORNOZ
TEORIA SOCIAL FLACSO BLOG
2009
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